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Samantha Hudson: "No soy travesti porque quiero, sino porque es lo que me habéis dejado"

Samantha Hudson: "No soy travesti porque quiero, sino porque es lo que me habéis dejado"
Actualizado

Samantha Hudson nació dos veces. La primera en 1999, en León. Pero cuando realmente vino al mundo fue en 2015, en un instituto de Magaluf (Mallorca), al proclamar ante el universo: «Soy maricón». Desde entonces, ha ido creciendo y multiplicándose como cantante, actriz, activista, polemista y presencia constante en el audiovisual en representación del colectivo trans. «En aquel parto monstruoso que tuvo como fruto esta chica que tienes delante quizá sí que empecé a valorar mi propuesta. Y a ser consciente de que yo era una superestrella aunque nadie fuera capaz de verlo», recuerda de aquel alumbramiento.

Ahora ultima la publicación de su tercer álbum, Música para muñecas, cuyo título es una referencia al argot usado para denominar a las mujeres trans. Un término, dolls, que últimamente ha cobrado presencia ante el retroceso de lo queer. Esa sensación antieufórica revolotea igualmente en el disco, como un reverso del fiesteo expansivo de AOVE Black Label (2023).

«Si aquél era un homenaje a la fiesta, al hedonismo desinhibido, me gusta pensar que Música para muñecas es la resaca», resume Hudson. El disco, que ve la luz el viernes 23 (ese mismo día lo presenta en directo en la sala But de Madrid) cuenta con las colaboraciones de Zahara (en Liturgia, tema que abre el trabajo), La Zowi y Villano Antillano. «Siento que cada tema le va muy bien a cada una de ellas y de alguna manera me gusta verlo como una especie de epifanía», explica. Tres figuras que en apariencia pueden ser bastante distantes a su trayectoria pero que comparten mucho. «Porque Zahara ha sido una artista también muy perseguida, en su caso por las entidades católicas, y La Zowi ha sido criticada a diestro y siniestro por su tono de voz y la explicitud de sus letras. Y qué decir de Villana».

¿De qué va el álbum?
Es una especie de diario personal, pero bastante universal también, que relata las desventuras de una disidente de género persiguiendo sus sueños en la gran ciudad. Es un álbum muy contrastado porque tal vez la canción tiene un ritmo muy frenético y unos sonidos muy electrizantes, pero no deja de hablar de temas que son una bajona total después de la fiesta de AOVE.

En esa línea está Me la pela, canción que bajo la apariencia de una exaltación del mañaneo esconde el mensaje opuesto. «No reivindica el after, sino que más bien lo padece. Me la pela, pero en un sentido derrotista, de que quizá estoy en una dinámica autolesiva y me estoy entregando demasiado a ese exceso que me promete una evasión asegurada de todo lo que me preocupa, pero ya no resulta satisfactorio».

¿Por qué?
Todo ese desarrollo de la escena de club me ha hecho darme cuenta de que a veces ese escapismo tiene como único objetivo no dar espacio en tu cabeza para que broten las preguntas que no te quieres hacer. Para mí todo el álbum es como bailar cabizbaja.
Otro corte del disco se titula ‘Disforia’.
No habla desde un punto de la culpa ni de la victimización. No se trata de que yo la sienta, sino de lo que todo el mundo espera que yo deba sentirla. Y en vez de pensar que el problema es que yo tengo un cuerpo que no me corresponde, habla de que mi expresión de género es «una retórica mística profunda que no cabe en su alfabeto clínico».
¿Qué le parece el discurso actual de que todo lo ‘trans’ ya cansa?
Es un enfoque erróneo. Si no estuviéramos vapuleadas por los medios de comunicación generalistas que difunden relatos perversos, que pretenden difamarnos, pervertir nuestra existencia o tildarnos del mismísimo diablo, no tendríamos que ser tan pesadas. Toda la gente que sufre una violencia concreta por el hecho de pertenecer a un grupo concreto de personas desearía vivir tranquila y en paz. Pero a veces resulta imposible.
¿Cuándo supo que usted era una estrella?
Nunca pretendí que la gente me idolatrara, pero sí que me esforcé mucho en deshacerme de todas esas narrativas tan pérfidas de las que te estaba hablando y aprender a exigir la dignidad que merecía. Siempre he dado algo que tal vez la gente no quería ver o que no estaba pidiendo. Sobre todo al inicio de mi carrera me ha gustado mucho llevar esos maquillajes tan excéntricos y tener esa actitud tan drástica de una manera consciente para hiperbolizar lo que nadie quería ver de mí.
¿Con qué objetivo?
Exagerando lo feo dejas en evidencia la belleza; llevando al extremo la disidencia dejas con el culo al aire la norma. Porque es una manera de coger toda esa verborrea incesante que han arrojado sobre nosotras a lo largo de nuestra vida, darle cuatro puntadas, hacerte un vestido y lucirlo como un estandarte. Como una manera de enseñarle al mundo su propia inmundicia. Porque si no existiera una categoría tan estanca de lo que es un hombre o una mujer seguramente yo no sería una travesti. Yo no soy una travesti porque quiero, yo soy una travesti porque es lo que me habéis dejado. Y no sólo voy a apropiarme de ello sino que además lo voy a exagerar para enseñaros la basura que habéis arrojado al mundo.
El disco se cierra con ‘Algo muy raro’, que suena a canción de misa.
Siempre he estado muy marcada por la religión cristiana. En un momento de mi vida conecté mucho con esa espiritualidad, que es algo que la gente no sabe porque se cree simplemente que yo decidí atacar a la Iglesia porque soy una provocadora y me encanta levantar ampollas. Lo he vivido y, sobre todo, le he tenido cariño. Hasta que ya te das cuenta de que te están echando por un motivo muy concreto y que eso es un problema que atajar.
¿Qué le parecen quienes se erigen en protectores del cristianismo en España?
Se han apoderado de un relato y lo han utilizado para hacer precisamente lo contrario de lo que serían las enseñanzas de Jesucristo. En general, la mayoría de los símbolos están hoy en día invertidos. Por eso, que me tachen de anticristo simplemente por intentar defender a un colectivo muy despreciado y hablar de causas sociales que yo considero importantes me hace entender que a lo mejor ser eso no está tan mal como pudiera parecer. Que ellos hablen en nombre de Dios para perpetrar las barbaridades más grandes que existen y legitimar el odio más perverso me lleva a pensar que aquella que creen que es el anticristo en realidad está más cerca de ese Cristo del que hacen alarde. Que Samantha Hudson sea el anticristo y luego Vox sea la cúspide de lo celestial me parece de traca.
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